Una serie de instalaciones de sitio específico compuestas cada una por múltiples retratos de mujeres jóvenes desaparecidas en México en fechas recientes, realizados a partir de una misma imagen, aquella utilizada para su búsqueda y localización en la ficha de la Fiscalía General de la República, donde también se incluyen los datos de la persona y las circunstancias de su desaparición.
Montaje de la exposición en Estudio Marte, Ciudad de México febrero-marzo 2024.
¿Hasvistoa.. Raquel Elisabeth Gutiérrez Ruíz?, acrílico sobre Pellón, medidas variables, 2023-2024.
Montaje de la exposición ¿Hecho consumado?; memoria histórica, civismo crítico y arte contemporáneo, Complejo Cultural Los Pinos, Ciudad de México. febrero-junio 2024.
¿Hasvistoa.. Gabriela Guadalupe Hernández Pérez?, acrílico sobre Pellón, medidas variables, 2023-2024.
Los rostros de Gabriela
Han pasado 15 años desde que hice Niño perdido. Después de esa extenuante serie de dibujos, me tomó mucho años poder volver al tema, con ¿Hasvistoa..? Gabriela Guadalupe Hernández Pérez.
Al ver ambas piezas juntas en esta exposición me pregunto ¿qué ha cambiado en México en estos 15 años, en que indignado me propuse realizar la serie Niño perdido?
Pues, por lo pronto sigo igual de indignado, al hacer los 121 rostros de Gabriela.
Mientras la pintaba y pintaba, con aerógrafo y acrílico de color Caput mortuum, en cada nuevo rostro veía otra Gabriela, con otras facciones, otro tono de piel, otra sonrisa, otros ojos tristes.
Me acercaba a ella, a un detalle de su rostro, su boca, su frente, su ojo asomándose desde el vació de la blancura del Pellón. Otras me alejaba, o la veía en negativo, en espejo, más blanca o más negra, más africana, más europea, más india, más ladina, más polinesia, más amnesia.
Más memoria, más olvido.
Al final y, después de aprenderme el rostro de Gabriela por tanta repetición, cosí las 121 Gabrielas y salió esta gran bandera de México, con once agujeros por donde se asoma su pérdida.
¿Cuántas banderas se podrían coser con los rostros de las mujeres desaparecidas, olvidadas, ultrajadas de nuestro país?
¡No habría astas bandera suficientes en todo el territorio para ondearlas!
Pero si eso se pudiera hacer ¿produciría suficiente indignación en el pueblo entero, para que dejemos de ser cómplices, hombres, mujeres y no-binaries, de semejante acuchillamiento colectivo propio?
¿Quién no quisiera eso? Pero sabemos que el arte no hace milagros de ese tipo. Prueba de ello es que Niño perdido no sólo no evitó el desgraciado fenómeno auto-mutilante mexicano, sino que de hecho se ha multiplicado.
Lo mismo podemos decir del desastre ecológico, el narcisismo patológico o el fascismo woke, la pandemia que amenaza acabar con la libre expresión y pensamiento.
Se dice que la oscuridad es más grande justo antes del amanecer. ¿Habremos llegado al límite del velo?
En tiempos de claros-oscuros, de polarización creciente, que implican –a la par de la creciente oscuridad tan notoria– su contraparte, cada vez más luminosa, ¿no es así?
El movimiento de creciente distanciamiento entre los polos, como con el péndulo, deberá llegar a un límite de más no poder, y entonces comience el deseado e inevitable retorno.
¿Será que ese retorno está ocurriendo ya en ciertos pequeños ámbitos, a veces imperceptibles?
¿Quizás la luz en el intersticio entre cada pliego de Pellón, en la raquítica costura que los une, con sus hilitos colgando de los lados y meciéndose con el vaivén del aire de la habitación, lanzado por el cuerpo de cada nuevo visitante que se acerca a ver la pieza?